sábado, julio 07, 2007

Don Antonio, el presidente


Estando en Washington D.C., en el verano de 1982, tuve la oportunidad de visitar la embajada dominicana. Colgaba de la pared de una oficina un retrato del entonces presidente don Antonio Guzmán.

Un norteamericano que visitaba la embajada al preguntarme que si aquel era nuestro presidente, dijo, ante mi respuesta afirmativa, que efectivamente se veía muy presidencial.

Con esa afirmación confirmaba lo que algunos analistas locales habían señalado ya, don Antonio poseía una cualidad que en inglés se designa como “seniority” y que no es otra cosa que una presencia que infunde respeto por su peso moral y mesura.

Para entonces a Guzmán le quedaban pocos días de vida. Ya de regreso en Santo Domingo, mi padre me despertó una madrugada para decirme que el presidente había muerto en circunstancias que se desconocían en ese momento.


Hoy, mirando hacia atrás y considerando que el único gobierno que yo había conocido -bajo el que había vivido parte de mi infancia- era el de los “doce años” de Balaguer, gobierno que en mi casa significó la prisión política de muchos amigos, la deportación de otros, la clausura por meses enteros de la universidad estatal donde laboraba mi padre y muchos otros sucesos, el gobierno de don Antonio trajo nuevos aires.


Los militares ya no andaban con banderitas coloradas, los deportados regresaron y surgieron nuevos medios de prensa. Por vez primera se podía hablar de temas que antes se comentaban por lo bajo.

Todo eso lo trajo don Antonio. En mi mente de adolescente, Guzmán en algo desmitificó la figura del gobernante, pues fue el primer presidente que vi en persona.

Otras cosas las vine a entender después con la experiencia y a través del testimonio de testigos de excepción. Él, que no era un hombre de grandes vuelos intelectuales, era profundamente sabio y astuto, un político hábil que pudo sortear de manera satisfactoria momentos de crisis nacionales. Lamentablemente no pudo con la más peligrosa de las crisis, la de su propia alma.


Don Antonio, presionado por grupos de su propio partido, enfrentado a la soledad del poder, se encontró ante un callejón sin salida. La salud mental no es mi asunto así que no especularé.

Su memoria vale más que eso, para mí vale mucho por que cuando en 1986 ejercí por vez primera el derecho al voto mi primer pensamiento fue para el presidente Guzmán, en cierto modo artífice de que en nuestro país las elecciones y el traspaso de mandos dejaran de ser eventos traumáticos.

Marcos A. Blonda es arquitecto