Cortometrajes urbanos12/La Mar de Santo Domingo…
De pequeño yo solía andar por esos lugares alrededor del
obelisco. De muy pequeño, pues siempre iba de la mano de alguien. Mi abuela
nos mandaba de paseo al parque Hostos, que ella que no era para nada trujillista, llamó
siempre parque Ramfis.
Algunos recuerdos guardo de haber caminado sobre el viejo
rompeolas que guarda la rada del puerto de Santo Domingo. Siempre hay poesía en
el hecho de venir a la orilla del mar. Al final todos somos viajeros y como
caribeños, gentes del mar.
Hay belleza en esta tarde, en esta plaza que ofrece un
terraplén sobre la mar. El muro del rompeolas, lo que queda de él, es el camino que lleva a la punta donde un
anciano toma el sol en ropa interior. Algunos hombres pescan con anzuelo y
sedal en las aguas, contaminadas de la desembocadura del rio, donde desde hace
varios días esperan tres barcos. Sólo Dios sabe qué orden aguardan y hacia qué
puerto irán. Son props de la
escenografía puestos ahí para mí.
Hoy quiero ser feliz y alejar un poco lo gris. La he convocado
a ella conmigo; lo que miro no es solo mío, lo comparto. Esta ciudad al
borde del mar da para los dos.
Al final del muro encontramos un espacio para ver en la mar
cosas que no habíamos visto o sería mejor decir: la mar nos revela cosas que no
habíamos visto. Me quito la camisa y me quedo al sol y a la brisa
marina. Es entonces cuando veo y siento. Veo una sonrisa y siento una mano en mi
espalda, tan cálida como ese sol que recorta las siluetas de los edificios. Un regalo de la mar de Santo Domingo que está
ahí, azulita en esta tarde.
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